El infarto cerebral, también conocido como ictus, ocurre cuando una arteria que suministra sangre al cerebro se bloquea o se rompe, interrumpiendo el flujo sanguíneo necesario para el funcionamiento de las células cerebrales. Como resultado, las células dejan de recibir oxígeno y, finalmente, mueren.
Detectar los síntomas de un infarto cerebral de manera temprana es crucial para poder intervenir antes de que ocurra un daño irreversible. Entre los signos más comunes se incluyen el adormecimiento o entumecimiento en diferentes áreas del rostro, como los labios o los ojos (que pueden quedar caídos o torcidos), así como en las extremidades. Estos síntomas pueden ser indicativos de una falta de riego sanguíneo en el cerebro.
Otros síntomas a tener en cuenta son los dolores de cabeza intensos, los mareos repentinos o la pérdida de conciencia. También es importante estar atento a problemas visuales o dificultades para mantener una conversación coherente. Si experimentas alguno de estos síntomas, es fundamental buscar atención médica inmediata.
Realizarse análisis de sangre regularmente es clave, especialmente si se tienen antecedentes familiares de enfermedades cerebrovasculares o si se está en un grupo de edad de riesgo, generalmente a partir de los 50 años. En las mujeres, el riesgo aumenta tras la menopausia. Los análisis de colesterol y triglicéridos en sangre son esenciales para identificar la propensión a sufrir un infarto cerebral.
Además, mantener un control adecuado de la presión arterial es fundamental, ya que la hipertensión es un factor de riesgo importante para la circulación sanguínea deficiente, lo que puede desencadenar un infarto cerebral. Seguir una dieta equilibrada, baja en sal y evitar las grasas saturadas es esencial para prevenir este tipo de eventos. Las grasas saturadas son una de las principales causantes del aumento de colesterol y triglicéridos, factores que contribuyen a la obstrucción de las arterias y aumentan el riesgo de ictus.